Beatriz Janin ¹
Foro Infancia & Adolescencia
Hablar de adopciones complejas abarca una serie muy amplia de situaciones. Pero el tema del que voy a hablar es el de las adopciones que se realizan cierto tiempo después del nacimiento. Diez meses, dos años, cinco… marcan una diferencia con los niños y niñas que son adoptados de recién nacidos.

Intentaré dar algunas líneas acerca de lo que ocurre en el niño mismo y también en las madres y padres. Todo niño o niña al nacer, o aún antes, va inscribiendo olores, sabores, temperaturas, colores… Y va constituyendo ritmos que posibilitarán recorridos deseantes. Ritmos, melodías, que se articulan y van fundando un espacio.

Piera Aulagnier dice: ‘la psique percibe muy precozmente un suplemento de placer cuando a la representación la acompaña una experiencia de satisfacción real; a condición, sin embargo, de que esta satisfacción pueda proporcionar placer y no se reduzca a calmar la necesidad’. (1975, pág 44). Cuestión central, para esta autora, para que no predomine el deseo de anular todo registro de necesidad. Todo esto ocurre siempre y Eros y Tánatos se ponen en juego. Pero hay algunas características particulares en los niños y las niñas adoptados. Sin embargo, esto no implica que vayan a tener más problemas que otros, sino que tienen un trayecto más laborioso para poder tramitar esas inscripciones.

En todo niño o niña adoptado, hay una discontinuidad entre las primeras marcas, los olores iniciales, los sabores, los sonidos, las sensaciones táctiles. Esto es más notorio cuando la adopción se realiza en un lugar lejano al que va a ser después su hábitat. Pero cuando transcurrió un tiempo, cuando no sólo hubo un corte inicial sino que muchas vivencias fueron dejando huellas, cuando los olores y los sabores fueron armando vías de placer y de rechazo y después hay un corte y de pronto son otros rostros, otros olores y a veces hasta otro idioma… ¿Cómo articular los placeres erógenos con la representación de sí y del otro? Lo originario queda sin posibilidades de traducción.

A la vez, nos encontramos con una historia que muchas veces no es tomada en cuenta. Hay vivencias que nadie puede relatar, en las que insiste lo irrepresentable, para el niño o la niña y para los que lo rodean. No hay palabras sino que todo queda sumergido en un territorio de lo desconocido. Signos perceptivos, ² huellas mnémicas, diferentes memorias, con transcripciones sucesivas…

En todo niño o niña adoptado los signos perceptivos van dando lugar a representaciones de cosas y luego a representaciones de palabras. Lo originario, esas huellas que quedaron como marcas muy tempranas, serán reorganizadas y podrán ir tomando diferentes sentidos, ligándose a otras. Es decir, los olores, los sabores, la textura de la piel de la madre, se irán reinscribiendo, podrán reorganizarse pero persistirán más allá de los diversos modos en los que se va percibiendo e inscribiendo lo vivenciado.

En los casos de niños y niñas que vivieron un tiempo con su familia de origen o en una institución algo pierde continuidad y no puede ser por ende traducido. Los otros no pueden poner palabras a lo que queda como desconocido, innombrable, y el niño o niña no puede articular en una continuidad sus primeras vivencias con las posteriores. Muchas veces se trata de dos cortes: de la madre biológica a la institución o a la familia de acogimiento y de ahí a la familia adoptiva. En estos cambios, muchas veces hay modificaciones en los modos de llamarlo, de nombrarlo.

Si siempre los primeros tiempos implican una construcción, si sólo la madre puede dar cuenta de esos primeros movimientos psíquicos, en estos casos, en los que los testigos de esos primeros momentos no están, ¿cómo reconstruirlos? Es por eso que en estos casos, la reconstrucción en el análisis es fundamental. Muchas veces, estos primeros tiempos han dejado marcas en el cuerpo. Siempre, marcas en lo originario.

Los niños y niñas son puestos a prueba. Muchas veces son considerados objetos que pueden ser devueltos. Y este es otro problema severo de las adopciones tardías.

Todo niño o niña necesita de otro para comenzar a sentir, a desear, a ubicarse como totalidad. Si ese otro es cambiante, si su voz y su piel y su sostén van variando, con quiebres en la historia, ¿cómo constituirse? Y si es fundamental la posibilidad de autorrepresentarse, ¿qué pasa cuando hay un agujero-enigma en el origen y nadie puede dar cuenta de él?

Un niño vive con la madre biológica hasta los tres años. Lo único que se sabe de ese tiempo es que el niño se quedaba solo con cierta frecuencia y que iba a pedir comida a lo de una vecina. A los tres años, la madre lo deja con un vecino, diciendo que regresa al día siguiente. Pasan tres meses y el vecino lo lleva al juzgado, en tanto él no se puede hacer cargo. Ahí deciden pedirle a una mujer sola que había hecho los trámites para adoptar, que lo cuide hasta que vuelva la madre, ya que en ese momento no había nadie que se hiciera cargo de él. Esta mujer acepta. Él no habla, pero se expresa con gestos y comienza a comunicarse después de un tiempo. Cuando la madre biológica vuelve, después de un año, el niño no da ninguna muestra de querer estar con ella, no quiere saludarla, se esconde, se aferra a la persona con la que estaba viviendo. En el juzgado dudan sobre qué hacer. Suponen que la madre lo va a volver a abandonar, porque tampoco da demasiadas señales de querer tenerlo y mantienen a los niños con la persona que lo “adoptó” sin otorgarle la adopción. El niño tiene ahora siete años.

¿Cómo fueron todos esos avatares? ¿Qué consecuencias pueden tener todas estas idas y vueltas en la constitución psíquica de un niño? El niño presentaba marcas en la muñeca que hacen pensar que fue atado y el temor con el que recibió a la madre biológica llevaba a pensar en un vínculo violento. Pero es muy poco lo que se sabe. El niño no tenía lenguaje y no hay nadie que relate una historia. Hoy este niño tiene severas dificultades en el aprendizaje escolar, le cuesta hablar, no puede organizarse frente a las situaciones…

¿Qué ocurre cuando un niño o niña es devuelto?

La sensación de desamparo se torna insoportable. Aunque parezca increíble, hay niños y niñas que son reiteradamente devueltos, como si fueran paquetes que nadie quiere. La desubjetivación que esto implica, el rechazo reiterado, que los lleva a funcionamientos en los que reiteran la búsqueda de rechazo, abren otras preguntas.

Hay niños y niñas que sienten que tienen que demostrar que son buenos, que se sobreadaptan… En ellos, el aprobar o reprobar en la escuela puede implicar ser aprobado o desaprobado por los padres y madres adoptantes, jugándose todo en una dimensión de una exigencia difícil de soportar. Lo que he visto en ese sentido es que son niños y niñas que no prueban. El terror a equivocarse es tal que no ponen en juego lo que saben, ni pueden armar estrategias de resolución de problemas, porque inmediatamente surge la idea de un error gravísimo.

Un tema que me resultó siempre muy impactante es el del cambio de nombre. Me parece que el hecho de que la ley permita que se le cambie el nombre es una violencia ‘extra’, de desconocimiento no sólo de la historia sino de la identidad. Si un niño fue llamado Pedro hasta sus dos años, ¿por qué se le impone un nuevo nombre, como sello de la elección de los nuevos padres? ¿No implica esto desconocer toda historia y no es un intento de borramiento de marcas que deben ser elaboradas, pero no borradas? ¿No es someter a un niño a una violencia, en tanto se le está arrancando algo que es parte de sí mismo (teniendo en cuenta que los niños pequeños consideran el nombre propio como un pedazo propio ¿Por qué se privilegia ahí el derecho de los padres adoptivos a nombrarlo, que es cierto que implica que lo invistan como integrante de la familia, al derecho del niño de preservar su identidad? El cambio de apellido, que es representativo de filiación, ¿no sería suficiente?

¿Por qué es tan frecuente que los niños y las niñas que han sufrido adopciones tardías sean diagnosticados como TDAH?

Una de las cuestiones que me llevaron a pensar en estos temas fue la cantidad de niños y niñas adoptados después de los dos años que llegan con el diagnóstico de Trastorno de déficit de atención con hiperactividad (TDAH), tanto acá como en otros países. Podemos pensar que todos esos cambios impidieron que se constituyera una ‘continuidad de ser’, una ligazón entre lo vivenciado, las marcas que esas vivencias dejaron y la historia relatada por las personas adultas. Y que esto produce cortes del estilo de la violencia. Rupturas de la trama representacional que lleva a que esos niños y niñas se muevan al estilo de la descarga motriz y que no puedan organizar sus movimientos.

Algunas reflexiones pueden ayudarnos:
Roger Misès afirma que es frecuente que la ruptura repetitiva de los lazos con el entorno tenga como consecuencia la hiperactividad. Rupturas, abandonos, producen una falla en la continuidad de sí mismo y del entorno. Esto se da inevitablemente en este tipo de adopciones y puede llevar a un déficit en la constitución del espacio potencial, en el sentido en que lo desarrolla D. Winnicott. De ese modo, se alteran los fundamentos de la vida psíquica que habitualmente sostienen el placer en el funcionamiento mental y ofrecen puntos de apoyo para la afirmación de la autonomía a través del ejercicio del pensamiento.

Una cuestión fundamental para todo niño o niña es sentir que la madre lo piensa aunque no esté presente, porque esto le permite pensarla y pensarse siendo más allá de su mirada. Esto, muchas veces, se dificulta en estos niños, porque los otros han ido cayendo como seres que podían pensarlo. Muchas veces la hiperactividad es el intento de asegurarse ser el centro en una escena en la que sería el único protagonista. Es decir, es una escena donde se juega el ser, en tanto la exclusión no se da en los términos de la conflictiva edípica (donde él podría ocupar un lugar de tercero) sino en un vínculo narcisista en el que la exclusión supone un no-lugar (la inexistencia para el otro). Así, se mueve como para evitar la anulación que vendría desde el otro. Esa necesidad de ser el centro de la escena, la urgencia en tener un lugar en la cabeza de los otros se repite en estos niños y niñas.

Hay algo que se agrega a esto: un niño o niña que irrumpe como un desconocido, un extraño con quien hay que comenzar un vínculo, suele ser vivido como alguien potencialmente peligroso. Esto puede llevar a que algunos padres adoptivos refuercen una mirada vigilante sobre el niño. El otro intenta controlarlo con su mirada y este control, al ser vivido como encerrante, suscita mayor movimiento, en un intento de volver a ejercer un dominio que siente perdido. La angustia se manifiesta como descontrol de su propio cuerpo y supone que es la madre la que se ha adueñado de sus movimientos. Y lo que es cierto es que el adulto intenta muchas veces manejarlo a ‘control remoto’.

Sabemos que para que el mundo sea investido, tuvo que haber alguien que invistiera al mundo, también podemos decir que para que un niño o niña sostenga pensamientos, tuvo que haber sido pensado por otros, tuvo que haber sido sostenido no sólo por los brazos de otros sino también por pensamientos de otros. Ser pensado implica recibir un baño de pensamientos y es posibilitador del armado de pensamientos propios (D. Anzieu, 1998). Armado imprescindible para frenar la descarga inmediata de la tensión. En la medida en que el niño o la niña se va pensando a sí mismo como alguien, en que puede ir armando una representación de sí a partir de la imagen que le devuelven los otros, esta organización representacional va a actuar inhibiendo la descarga directa, la tendencia a la alucinación o a la defensa patológica (la expulsión del recuerdo).

Hay niños y niñas que fracasan en la instauración del sistema preconciente, así como en la elaboración de los procesos terciarios: de este modo la capacidad para mentalizar tambalea y predominan las manifestaciones a través del cuerpo y de la acción. Se podría afirmar que el movimiento, en estos casos, sería un sustituto fallido de la actividad ligadora de las representaciones.

Si pensamos en la relación entre hiperactividad y defensas maníacas, que se dan en algunos niños y niñas adoptados, que transitaron sus primeros tiempos en otros ámbitos, deben hacer duelos. Suponen que los otros los abandonaron o se murieron. Y muchas veces se mueven para desmentir el dolor de la pérdida. Y cuando el adulto los conmina a estar quietos, suelen suponer que los quieren eliminar. El niño o la niña interpreta que la persona adulta rechaza su existencia y esto reactualiza angustias de muerte muy tempranas y se mueve para oponerse a ese designio. Cuanto más intenten controlarlos los adultos, cuanto más les teman, más se van a mover los niños.

Entonces, desde los niños y niñas, hay una discontinuidad en sus vivencias y una dificultad para enhebrar la historia que puede llevar a diferentes síntomas.
Podemos hablar de varias discontinuidades: en relación a las sensaciones, en relación al ser pensado por otros, en relación a la mirada. No son conjunciones, sino quiebres.

Desde los padres y las madres, tener que hacerse cargo de una historia ajena, muchas veces trágica, que es desmentida o desestimada frecuentemente, a veces por el dolor que les causa, a veces porque no soportan que haya habido una historia previa. De algún modo, es como si la pregunta infantil frente a las fotos del casamiento: ‘¿Dónde estaba yo?’ se invirtiese y los padres y madres se preguntaran dónde estaban ellos cuando ese niño o niña daba sus primeros pasos. Y la respuesta suele ser la misma: ellos estuvieron desde siempre; es decir, desmienten el no-saber sobre el origen y el no haber estado desde el nacimiento. Con el agravante de que no suele haber fotos.

Puede ser que aparezca otra dificultad: si todo hijo es soñado y cuando nace, al decir de Piera Aulagnier, la madre se encuentra con un niño que no es exactamente el hijo soñado (que sería el hijo del incesto) pero tampoco es opuesto a él (que lo marcaría como un extraño), cuando se adopta a un niño recién nacido hay que hacer un recorrido diferente, pero ese niño es todavía alguien en quien se pueden proyectar muchas fantasías, historias, sueños…
Cuando ese niño viene con una historia, con aprendizajes ya realizados, es bastante más difícil ver en él el niño de los sueños. Fácilmente, sus acciones, sus gestos, sus miradas, son ubicadas como diferentes, como referentes de otra historia en la que esos padres no tuvieron lugar. Y esa historia es un fantasma permanente que produce efectos. Inevitablemente, algo es inaprensible, de algo los padres adoptivos quedaron afuera. Muchas veces, la historia dejó marcas. Niños con quemaduras, con golpes, con cicatrices… Pero hay otras marcas, invisibles, siempre del orden de lo enigmático….

Por otra parte, ¿qué ocurre con las vías identificatorias? Si bien en toda adopción hay otro en juego y circula el fantasma de la ‘madre biológica’, cuando la niña o el niño es adoptado desde los primeros tiempos de la vida, se hace más fácil identificarse con sus gestos, sus miradas, sus palabras.

Cuando la historia se torna enigmática, cuando el niño o la niña estuvo mucho tiempo viviendo en otros lugares, esos enigmas muchas veces operan como obstáculo para armar proyectos identificatorios. Quizás en ese sentido tenemos que pensar en que, como analistas, tendremos que ayudar a ese niño o a esa niña a construir una historia y que para eso tendremos que meternos en los abismos de las violencias vividas, en los abandonos, en los desencuentros, en todos los dolores…

Con los padres y las madres deberemos trabajar el duelo de no haber sido los primeros ni los únicos y la angustia de no saber acerca de una historia de la que el niño o la niña tiene marcas, para ayudarlos a hacerse cargo del lugar de padres.

¹Artículo de Beatriz Janin, experta internacional en infancia y adolescencia, presentado en el III Foro Infancia & Adolescencia ‘Hablemos de adopción’. El encuentro se llevó a cabo, los días, 9 y 10 de febrero de 2017, en el Hospital Universitario Virgen de la Victoria (Hospital Clínico) de Málaga.
² La huella mnémica es lo que trasciende a la memoria consciente, por así decir, es la impresión de la percepción en la memoria tal y como fue vivida.

Bibliografía:
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